Los níqueles no me sirven de nada, madre.
El traje nuevo no me alegra nada, madre.
Nada me sirve de nada porque soy un niño negro.
—¡Pero si estás hecho de miel y leche, hijo!
—¿De miel negra, madre?
—¡No! De miel…
—¿De leche negra, madre?
—¡No! De leche…
—Aprendí a leer y de nada me sirve, madre.
Aprendí a escribir y de nada me sirve, madre.
Aprendí a contar y de nada me sirve, madre.
Nada me sirve de nada porque soy un niño negro.
—¡Pero si estás hecho de carne y hueso, hijo!
—¿De carne negra, madre?
—¡Ay!
—¿De huesos negros, madre?
—¡No! De huesos…
—Lo que tengo no me sirve de nada, madre.
Lo que doy no me sirve de nada, madre.
Lo que sueño no me sirve de nada, madre.
Nada me sirve de nada porque soy un niño negro.
—¡Pero si estás hecho de sangre, hijo!
—¿De sangre negra, madre?
—¡No! De sangre roja… Mira, como ésta… ¡Mírala! ¡Quieras o no, tienes que mirarla!
***
En este terruño, tuvimos el desatino y el descaro de calificar a Zalamea como un escritor panfletario por hablar del tirano como se debe hablar de los tiranos. Y aunque en su poesía se siente un caudal poético incontenible, su sensibilidad histórica siempre estuvo por delante de cualquier devaneo académico o parnasiano. Le debemos mucho a Zalamea, sobre todo comprender mejor qué es eso de ser poeta en estas tristes latitudes.
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