que ha crecido torcido al borde de un arroyo
y sus pálidas hojas copia
en la corriente cristalina.
Allá con guirnaldas fantásticas fue ella,
tejidas de ranúnculos, ortigas, margaritas,
y esas largas orquídeas
a las que los pastores desenvueltos
dan un nombre más burdo,
pero que nuestras castas doncellas conocen
bajo el nombre de dedos de muerto;
allí por las pendientes ramas,
para colgar sus hierbas en corona
intentando trepar, una envidiosa rama
se rompió, y los trofeos que con hierbas tejiera,
y ella misma, cayeron en el lloroso arroyo;
sus vestidos se abrieron, y a modo de sirena,
la mantuvieron por un tiempo a flote,
durante el cual ella cantaba
trozos de antiguas melodías,
como quien no se percatase de su propia desdicha
o como una criatura
nativa y destinada a ese elemento.
Mas no podía transcurrir gran rato
antes de que sus ropas,
pesadas con el agua que las empapaba,
hundieran a la pobre desdichada
desde su canto melodioso
hasta su cenagosa muerte.
(Versión de Tomás Segovia)
***
Desde el siglo XIX, la literatura se empecinó en matar 'románticamente' a mujeres jóvenes cuya pulsión sexual aterra a una sociedad que prefiere verlas en la tumba. La necrofilia que subyace a esa condena nace tal vez, o por lo menos la imagen dulcificada, en este parlamento de la Reina Gertrude que, además, trata de negar a toda costa el suicidio.
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