La sombrilla nuclear, de Heberto Padilla

 
                                                                                                                        A R. F. R.

Los viajeros tal vez,
pero yo no estoy seguro de que pueda encontrar una zona de
  protección.
En el mundo ya no quedan zonas de protección.
Cuando subo escaleras de cualquier edificio de una ciudad
de Europa,
leo con indulgencia: “Shelter Zone”
y respiro confiado;
pero al llegar al último escalón
me vuelvo hacia el cartel
que sobrevive como las antiguallas.

Los anuncios de protección
son artilugios que decoran nuestra moral desesperada.
Ni siquiera hay ciudades modernas.
Todas las calles están situadas en la antigüedad,
pero nosotros vivimos ya en el porvenir.
Más de una vez compruebo
que estoy abriendo las puertas y ventanas
de una casa arruinada.
Los toldos de los cafés al aire libre han echado a rodar
Los comerciantes sobrevuelan las calles,
cortan el tránsito como una flor.
Pero yo no soy un profeta ni un mago ni un logrero
que pudiera deshacer los enigmas contemporáneos,
explicar de algún modo esta explosión.
No soy más que un viajante de Comercio Exterior,
un agente político con pasaporte diplomático,
un terrorista con apariencia de letrado,
un cubano (sépanlo de una vez),
el tipo a quien observa siempre la policía de la aduana.
Hace tres horas que están registrando desaforadamente mi equipaje. 


***

Ese miedo a un invierno nuclear es pariente del miedo de hoy. Todo lo que pasa por la cabeza de alguien siendo requisado debe ser por principio, un poema.

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