Los homicidas de un suicida tienen fortuna. Nunca se sabe de sus rostros, aunque se hacen necesarios para el concierto de culpas. Al Estado no le importan los suicidas, la Iglesia los destierra. Los suicidas se llevan las mejores conclusiones.
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Si la vida fuera una oración, un verso, un párrafo, la muerte sería el punto final. ¿Pero, quién lo pone?
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